terça-feira, 2 de agosto de 2011

EL COLOR ERRÓNEO DE SHAKESPEARE

JOSÉ ENDOENÇA MARTINS

“Seré un buen fraile franciscano,” Bendito le dijo a Hermann, su compañero de fútbol, algunos minutos antes del juego.
Bendito siempre pensó que se convertiría en un fraile franciscano. Fraile Brücckermann había hecho con que las experiencias de San Francisco le encantaran. Con la madre y el padre había aprendido a rezarle a la Nuestra Señora de Aparecida. Sobre todo quería ser un fraile y creía que estaba listo.
En aquel noviembre, su primer año en el seminario, dio pasos decisivos hacia el sacerdocio franciscano y todo parecía que caminaba de la manera como él lo había planeado. Creía que había aprendido a conciliar la vida religiosa y la mundana. Sin embargo, el fútbol entró en su vida para competir con el sacerdocio.
“Un buen franciscano, sin duda,” Bendito le repitió al amigo.
El fútbol ocupaba el centro de los intereses de los dos niños y nada podía ser, al mismo tiempo, más mundano y religioso que el fútbol en ciertos días en el seminario. Aquel día era uno de ellos.
“La única religiosidad realmente apreciada aquí es el fútbol,”Hermann dijo.
Los dos conversaban cerca del arco de la cancha sin pasto. El otro equipo era de un colegio de la ciudad y jamás había perdido siquiera un partido contra los franciscanos.
Hermann, el capitán de los niños franciscanos, sintió que podía cambiar aquello cuando le dio a Bendito una camisa del equipo.
“La tuya es la 10,” Hermann le dijo a Bendito, que se la puso. “Quien sabe, algún día, tendremos un Pelé franciscano” Hermann hizo una broma y los dos se rieron.
Estaban felices y aquel entusiasmo ayudó a que el equipo franciscano derrotara a los visitantes por la primera vez. Bendito había decidido la victoria, haciendo tres goles. Él fue cargado en los brazos de los compañeros que lo condujeron hacia Fraile Gottmann, el Prefecto, que lo bendijo a él y a los otros jugadores también.
La celebración siguió durante la cena. Bendito oyó a Fraile Gottmann. El fraile elogió a los jugadores con un discurso a respecto de aquella demostración de la excelencia y victoria franciscanas. El niño oyó su nombre pronunciado tres veces. Todos ovacionaron sus goles. Bendito, entonces, creyó haber entendido el aviso de Hermann de que fútbol y religiosidad hacían parte de una misma búsqueda por espiritualidad. En aquella conmoción, Bendito sintió que el fútbol le daría el paraíso, pero podría destruir su sacerdocio.
La popularidad de Bendito duró sólo una semana. En las que se siguieron, antes de las vacaciones de verano, el fútbol se transformó en una pesadilla. Preso en ella, Bendito no supo lo que hacer. Colmados de celos por el suceso del niño, algunos seminaristas empezaron a controlar los pasos de Bendito más de cerca. Supervisionaban sus oraciones, estudios y disciplina, denunciaban sus errores, y criticaban su comportamiento deportivo y no permitieron que jugara fútbol.
“Pelé no juega para el equipo, sólo juega para él,” le dijeron a Fraile Gottmann.
“Él piensa que es Pelé, pero no es nada, nada,” dijo Sonnermann, el peor enemigo de Bendito.
Sin embargo, aquello no fue todo.
“Pelé, Fraile Gottmann quiere verte en su oficina,” Hermann le dijo al amigo en el pasillo, una mañana después de la clase de Latín.
“Siéntate, Pelé,” Fraile Gottmann le ordenó cuando el niño entró a la oficina. “Puedo decirte Pelé?”
“Carajo, no. Me llamo Bendito. Quiero ser un franciscano y seré Fraile Bendito un día. No soy Pelé y jamás lo seré.”
Bendito estaba enojado. Los hechos de los días anteriores lo habían afectado profundamente. Él sólo estaba reaccionando a la idolatría que se había apoderado de todos, el fútbol.
“¿Qué pasa, hijo?. Debes tener orgullo de tu apodo. Cualquier uno de nosotros se sentiría honrado. Pelé es nuestro genio.”
“¡Pues yo no!” Bendito dijo. “Mire, Fraile, yo soy bueno en Literatura Inglesa, pero nadie me dice Shakespeare. Escribo buenos poemas también, pero usted jamás me ha dicho que soy Cruz e Sousa. ¿Por qué, por qué no puedo ser Shakespeare, Cruz e Sousa, u otro escritor cualquiera? ¿Por qué un niño negro tiene que ser sólo Pelé? Pare de congelarme en este estereotipo racista suyo. Soy más que apenas un jugador negro que juega bien al fútbol. ¿Yo no soy un buen estudiante, y un buen franciscano también?”
La reacción de Bendito sorprendió al Fraile que se olvidó porque había llamado al niño.
“¡Cálmate, hijo!” Fraile Gottmann le dijo a Bendito. “¡Recuerda la humildad de San Francisco! Él siempre aceptó sus sacrificios, todos, con humildad.”
Fraile Gottmann hizo una seña y Bendito salió de la oficina. En el pasillo algunos niños lo aguardaban.
“¿Qué es lo que él quería?” Hermann le preguntó.
“No me lo dijo a mí. Sólo tuvimos una áspera discusión,” Bendito le explicó.
“¡Cuídate! Él hará algo.”
A la mañana siguiente en la clase de Literatura Inglesa de Fraile Gottmann, pasó lo que Hermann había insinuado..
“Shakespeare, ¡ven a buscar tu excelente prueba!” Él profesor dijo.
Todos los alumnos se miraron, pero nadie se paró de su silla. Estaban curiosos preguntándose quien sería el Shakespeare entre ellos.
“Tú, Bendito, eres nuestro Shakespeare hoy,” Fraile Gottmann le dijo al niño con ironía. ¡Ven acá!”
Bendito obedeció, caminó hacia el Fraile, tomó su prueba, y ya iba a volver a su silla.
“¡Aguarda, Shakespeare!”
Lo que el Fraile hizo entonces sorprendió a toda la clase. Él cogió a Bendito con una mano y con la otra sacó de un cajón una lata llena de talco blanco.
“Bendito, no tienes el color que debe tener un Shakespeare, pero voy a arreglar eso.”
Él le echó el talco sobre la cabeza al alumno y se lo desparramó. El pelo negro de Bendito se hizo una sola ola blanca.
“Ahora tienes el color cierto, Shakespeare,” él dijo. “¡Siéntate y no te olvides de la humildad de San Francisco!”
Fue humillante, pero Bendito refrenó el llanto. Recordó las clases de Fraile Brückermann a respecto del amor y la comprensión franciscana.
“Shakespeare, ¡sal de la clase y vete a la biblioteca!” Él fraile le ordenó. “Estás prohibido de hablar con quien quiera que sea por tres días.”
Bendito salió y todos podían jurar que vieron una aureola blanca revoloteando sobre la cabeza negra del niño.
Bendito se vengó de la humillación una semana después, en la sesión mensual de cine que Fraile Gottmann organizaba. Estaban viendo una película de aventura y en el exacto momento en que Burt Lancaster besaba a Maureen O’Hara, una voz juvenil gritó, fuerte y clara, en la oscuridad del salón: “P-E-N-A-L”. Todos se rieron nerviosamente, pero nadie podía decir quien se había atrevido a pronunciar aquella herejía abominable. Avergonzado, Fraile Gottmann dejó el salón. Se les interrumpió la película y se les prendió la luz. Los estudiantes se quedaron sentados. Querían saber lo que el Fraile iba a hacer.
Dos días pasaron y aún no habían punido a nadie cuando Bendito fue a la oficina de Fraile Gottmann.
“Creo que ud. sabe quien hizo aquello,” Bendito le dijo al Fraile.
“¿Hizo qué?”
“Saboteó su sesión de cine.”
“Sí, lo sé.”
“Ahora, usted sabe que yo siempre contesto,” Bendito le dijo al fraile y salió.
En diciembre, se fue a pasar sus vacaciones con la familia, pero él sabía que el futuro de su sacerdocio estaba en las manos de Fraile Gottmann.

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